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viernes, 17 de abril de 2020

18 de abril de 2020: Día Internacional de los Monumentos y Sitios: Culturas compartidas, patrimonio compartido, responsabilidad compartida


Cada año, con motivo del Día Internacional de los Monumentos y Sitios, ICOMOS propone un tema para las celebraciones y actividades organizadas por sus Comités, miembros y socios. Este año, 2020 será dedicado al tema “Culturas compartidas, Patrimonio compartido, Responsabilidad compartida”. El lema representa una oportunidad en el caso venezolano ya que permite reconocer el carácter que su patrimonio cultural edificado tiene como resultado colectivo, forjado por los aportes de todos los grupos humanos que a lo largo de la historia se han ido sumando sobre el territorio. Su ubicación al norte de América del Sur, con frente al mar Caribe y límites con la región andina, al suroeste y con la selva amazónica, al suroeste, aportó una serie de paisajes, climas y entornos naturales, que sirvieron de base. A estos se sumaron los sujetos, de rasgos étnicos diferentes que, a través del tiempo, trajeron consigo gustos y costumbres, para imponerlos en unos casos, o fusionarlos concertadamente en otros, hasta definir el espectro misceláneo de rasgos culturales, sincrético y mestizo que en la actualidad lo caracteriza.

PERIODO PREHISPÁNICO

Los datos que se manejan sobre las primeras poblaciones que ocuparon el territorio venezolano datan de la época paleoindia, alrededor de 15.000 años a. C., procedentes de migraciones que desde el continente asiático penetraron en América a través del estrecho de Behring, por donde llegaron hasta Alaska, y de allí se dispersaron hacia Norteamérica, Centroamérica y Suramérica (Suárez, 1988). A partir de entonces el territorio se fue poblando y mezclando, estableciendo contactos con otras tribus del continente antes de 1492, dando origen a fusiones entre grupos étnicos de familias que tenían raíces lingüísticas, costumbres y formas de habitar diversas. La heterogeneidad etnográfica resultante que presentan los primitivos habitantes del actual territorio venezolano es desde su origen una determinante para considerar la heterogeneidad y mixtura de su patrimonio.

De estas han pervivido hasta el presente 34 grupos tribales clasificados en cuatro grandes familias lingüísticas: la Caribe,  que agrupa a los Akawaio, Mapoyo, Yabaraña, Yekuana, Eñepa o Panare, Pemón, Kariña y Yukpa; la Arawak, que reúne a los Arnaco, Wayuu o Guajiros, Añú o Paraujanos y los Arawak del río Negro (curripaco, guarekena, baré, piapoco y baniva); la Chibcha, que reúne a los Barí; y un cuarto grupo heterogéneo, donde se insertan los de lenguas independientes, no vinculadas con las anteriores, como los Guahíbo, los Warao o Guaraúnos, los Cuiva, los Yanomami, los Hoti y los Yaruro (Suárez, 1988).

Unos grupos eran errantes en su origen, deambulaban a través del territorio; otros sedentarios que fueron forjando sus hábitats y moldeando diversos tipos edificados; la gran mayoría sobre la tierra, aunque cercanos a fuentes hídricas; otros directamente sobre el agua como los Añú y los Waraos. Todos nos han legado, por tanto, más que un patrimonio tangible, diversas manifestaciones inmateriales que conducen a través de sus técnicas constructivas a forjar patrones morfológico-espaciales tangibles, que se repiten de generación en generación para satisfacer sus necesidades espaciales y de socializaión. Forman parte de un legado que trasciende al hecho construido, involucrando al patrimonio intangible, en manifestaciones como la cerámica, cestería, textiles, etc. En el ámbito arquitectónico los grupos aborígenes nos legaron técnicas constructivas como el bahareque y la horconadura, además de los diversos tipos de viviendas, colectivas como el “Ette” yekuana, la "Churuata” piaroa, el "Shabono" yanomami y el "bohío" barí o monofamiliares como el "Palafito" paraujano y la vivienda panare, algunas de las cuales, por los procesos de transculturización, están siendo amenazadas de desaparecer (Gasparini y Margolies, 2005).

Figura 1: Shabono Yanomami (Jürgen Escher / Adveniat, 2016)

PERIODO HISPÁNICO

El llamado periodo colonial por unos, hispánico por otros, ha sido valorado con todos los matices desde su conclusión. Fue la etapa por excelencia del mestizaje, producto de la fusión forzada entre las culturas aborígenes y las procedentes de Europa y Africa. De estas, la primera, aunque fuera dominada por España, también arrastró desde los inicios, personajes y expresiones culturales de territorios que en la actualidad integran otras naciones de Europa, producto de las dimensiones y conexiones que representaba el Sacro Imperio Romano Germánico y luego el Imperio Español, con sus virreinatos, no solo americanos, sino también europeos. Italianos como Americo Vespucio, Giacome di Castiglione, Bautista y Juan Bautista Antonelli, Miguel Roncalli, Antonio Espelius, Agustin Crame, Juan Amador Courten, dan testimonio de lo diversa que fue la etapa colonial, producto de los cambios territoriales que el imperio español fue experimentando, entre adiciones y pérdidas territoriales, además de fusiones conyugales de sus monarcas, que en sí mismas eran híbridas entre diferentes reinos de Europa.

La imposición de nuevos temas y formas de concebir el espacio para satisfacer las necesidades humanas se posesionaron sobre las preexistentes, diversificándolas de manera, unas veces traumática, otras concertada, para ir perfilando el vastísimo legado construido del periodo colonial; desde la forma de planificar ciudades, hasta las edificaciones y su equipamiento, incluidas otras tantas expresiones culturales tangibles e intangibles, que igualmente expresan el proceso de hibridación cultural. 

En cuanto a las ciudades se tienen, desde las espontáneas e irregulares más próximas a la tradición medieval como fueron los casos de Nueva Toledo de Cumaná, Santa Ana de Coro o San Pedro de La Guaira. Luego, al entrar en cintura en los preceptos de las Leyes de Indias, ordenadas reticularmente como Santiago de León de Caracas, Nueva Valencia del Rey, Santiago de Los Caballeros de Mérida, Nueva Barcelona o Nueva Segovia de Barquisimeto, cuyos nombres dan idea de la fusión y traslación no solo de trazas, marcadas por el espíritu racionalista del Renacimiento (Gasparini, 1991), sino también de los imaginarios que se buscaban evocar allende el Atlántico.

Más tarde, durante el siglo XVIII, la, aunque tímida inserción de otras maneras de concebir el espacio urbano, con la diseminación de plazas por barrios y la inserción de nuevos espacios públicos como avenidas y alamedas (Blondet, 2008), que comienzan a jerarquizar las cuadras internas y a caracterizar los bordes urbanos de ciudades como Caracas, Angostura, Cumaná y Puerto Cabello, marcando distancia respecto al patrón cuadrangular de los siglos precedentes.

Y con lo urbano, la arquitectura. A las iglesias, conventos, cabildos y casas del siglo XVI, se añaden con el tiempo escuelas de latinidad y primeras letras, hospitales generales y lazaretos, universidades sobre los otrora conventos y por supuesto, un amplio espectro de tipos de fortalezas militares, desde castillos abaluartados y fortines, a baterías y hornabeques, además de las icónicas casas y factorías de la Real Compañía Guipuzcoana, que encarnaban otros aires culturales, diversos de los andaluces y extremeños de los primeros tiempos coloniales.

Pero, además del mestizaje forjado entre aborígenes y europeos, más que españoles, la ulterior fusión también forzada de la raza procedente del África, bajo los mecanismos del esclavismo, desde el siglo XVI vino, no obstante, a enriquecer y matizar aún más la hibridación cultural en ciernes, manifestándose en diversas expresiones del patrimonio cultural. Los afrodescendientes que arribaron a Venezuela, que procedían mayoritariamente de la costa del Golfo de Guinea, de la Costa de Oro y Benin y otra parte de la región del Congo-Angola (Pollak Eltz, 1972), trajeron costumbres y tradiciones que se debieron adecuar a lo encontrado, fusionándose hasta crear a su vez “una cultura nueva, original, basándose en raíces africanas, europeas e indígenas” (Pollak Eltz, 1972). En el patrimonio construido se manifestó en las cumbes, palenques, quilombos y cimarroneras, ámbitos donde recreaban en patios y corrales urbanos o en las tierras de las haciendas, los espacios tribales de sus lugares de origen. Así, en el ámbito de lo construido portan consigo formas de construir con tierra, que sumadas a las hispanas e indígenas terminaron de diversificar el panorama de opciones constructivas.

Figura 2: Castillo San Felipe, Puerto Cabello (Rousselon, s.f.)

PERIODO REPUBLICANO

Alcanzada la independencia, la republica intenta justamente salir del letargo y la crisis a partir de establecer contactos con otros estados y naciones para promover el desarrollo. Amparados en el espíritu del Romanticismo del siglo XIX y la consolidación de Inglaterra y Francia como referentes del mundo occidental en lo industrial y cultural, los dirigentes apuntan a estos países como modelos para la recuperación económica, luego de las guerras de independencia y las guerras intestinas.

Mediante convenios, tratados, contratos, concesiones y la fundación de ciudades-colonias, se produce una nueva licuefacción cultural. Franceses, ingleses, alemanes, italianos, corsos y árabes son algunos de los contingentes migratorios que siguen alimentando el proceso de hibridación cultural, venidos como factores o agentes de las casas comerciales, emisarios diplomáticos, expertos en asuntos limítrofes, por intereses científicos o inspiraciones artísticas. En ello tendría peso sustancial la predilección gala que marcara todas las acciones políticas de Antonio Guzmán Blanco, diseminando el gusto francófilo como referente cultural. Este traspasó el escenario urbano arquitectónico para impregnar la moda en todos sus ámbitos; el vestuario, los perfumes, la gastronomía, las diversiones. En el campo de la Arquitectura se insertan primero el neoclasicismo, seguido de otros historicismos como el neogótico o el neobarroco y luego el eclecticismo, dado campo abierto a seguir experimentando trasvases y fusiones culturales en todas las ciudades.

Un ejemplo notable se tiene en la singular solución del Palacio Federal Legislativo (1872-1877), donde la arquitectura historicista de ascendentes franceses, neoclásico al sur y neobarroco al norte se yuxtaponen a la composición de cuerpos en torno a un patio central de evocación colonial.  Las reminscencias de la Madelaine, Saint-Sulpice o la Sainte-Chapelle en las iglesias caraqueñas de Antímano (c. 1772), Santa Ana-Santa Teresa (1877-1881) y Santa Capilla (1883-1892) respectivamente, son otros ejemplos de estos trasvases culturales. 

En otros casos la traslación se manifiesta como una isla a nivel urbano territorial, como podemos valorar en la experiencia de las colonias agrícolas de la villa escocesa El Topo (1825-1827), en el Topo de Tacagua (Rheinheimer Key, 1986), la germánica Colonia Tovar (1843), en el corazón del estado Aragua (Zawisza, 1980), o la colonia Araira (1874-1900), primero francesa y luego italiana, en las proximidades de Guatire (Troconis de Veracoechea, 1996).

Figura 3: Patio Palacio Federal Legislativo (FreeRene, 2012)

PERIODO ENTRE DICTADURAS, DE GÓMEZ A PÉREZ JIMÉNEZ 

Las circunstancias mundiales producto de la Primera Guerra Mundial y el inicio de la explotación petrolera en el contexto nacional, sirvieron de marco y detonante de nuevas oleadas migratorias, algunas flotantes o transitorias, otras permanentes. Así se añaden a los contingentes europeos precedentes, primeramente la influencia de los Estados Unidos de Norteamérica, Inglaterra y Holanda, que llegan a través de los agentes y técnicos de las corporaciones petroleras y, al término de la Guerra Civil española en 1939 y de la Segunda Guerra Mundial en 1945 nuevas oleadas de europeos, principalmente españoles, italianos y portugueses, que portan consigo el saber de los  oficios y sus costumbres de vida; gastronómicas, artesanales, folclóricas, etc., introduciéndose paulatinamente hasta casi fusionarse con las costumbres identitarias precedentes. 

Unos traen con sus familias el “American Way of Life” que promueve el desarrollo de los campos petroleros, autopistas, urbanizaciones y usos afines tales como los edificios corporativos, tiendas por departamentos, supermercados, cinemas, clubes sociales, de golf, campos de beisbol, entre otros; temas que se van posando sobre las ciudades otrora coloniales. Otros con sus oficios desarrollan múltiples actividades que se integran en la sociedad hasta hacerse cotidianas; panaderías, pizzerías, restaurantes, constructoras. Poco a poco se van desdibujando las ciudades de los techos rojos que habían pervivido hasta las dos primeras décadas del siglo, para ver surgir torres de diversos tipos y lenguajes, en las manzanas céntricas y urbanismos de quintas en las periferias, que progresivamente se iban ensanchando.

A pesar de los cambios que produjeron, en muchos casos con la pérdida irreversible del patrimonio edificado de las etapas anteriores, se fue construyendo otro asimismo valioso, aunque lamentablemente a costa del sacrificio del precedente, por la escasa valoración que propios y ajenos le prestaron. Se configuró la imagen de un país próspero y moderno ante los ojos del mundo, que sumaba aportes innovadores de otras culturas a los ya existentes. Arriban nuevos lenguajes, unos anclados en el rescate de las tradiciones como el neohispánico, con sus variantes neocolonial, neo-vasco, neo-andaluz, etc.; otros versados en el espíritu de la máquina, desde reinterpretaciones locales del art decó, el yate style, el neoplasticismo, el expresionismo alemán o el international style, entre otros. Comienzan a aglutinarse en diversos sectores de las ciudades, tornándolas más complejas y heterogéneas, haciendo de ellas verdaderas "Ciudad Collage", en algunos sectores de manera armónica y unitaria, en otros de forma contrastante.

Así Venezuela llega, entre 1909 y 1958, a devenir en mostrario de obras proyectadas tanto por arquitectos nacionales como extranjeros; de los cuales algunos terminarán residiendo, proyectando y construyendo lo mejor de su trayectoria en Venezuela. Nombres como Manuel Mujica Millán, José Miguel Galia, Julio Volante, Arthur Kahn, Klaus Heufer, Federico Beckhoff, Dirk Bornhorst, Jan Gorecki o Graziano Gasparini se suman a los de otros arquitectos extranjeros de amplia trayectoria internacional que son convocados puntualmente para contribuir en la construcción de la Venezuela moderna, quienes solos o formando equipos con proyectistas venezolanos configuraron una de las más promisorias etapas de la arquitectura del siglo XX en América Latina (Martín Frechilla, 1994).

Figura 4: Hotel Avila (Caracas Ven y Descubrela, s.f.)


El amplio listado de temas gubernamentales, civiles y domésticos, aunados a la evolución de los lenguajes arquitectónicos de entre guerras, con los matices regionales que cada contexto le dio, van a encontrar campo fértil en Venezuela. Nacen urbanizaciones y villas neocoloniales (1928-1945), como las proyectadas por Manuel Mujica Millán y el mismo Carlos Raúl Villanueva. Edificios residenciales neovascos como Donosti (1949) y Gastizar (1950), por Miguel Salvador Cordón. Grupos escolares neocoloniales y modernos (1940-1945) por Luis Malaussena y Javier Yárnoz. Campos petroleros como Judibana (1948), por Skidmore, Owings and Merrill. Sedes corporativas como la Mobil (1946-1950) por Don Hatch, la Creole Petroleum Corporation (1947-1955), por Lathrop Douglass o la Royal Dutch Shell (1950), por Clarence Badgeley & Charles Bradbury. (Villota, 2018). Edificaciones hoteleras como el Ávila (1939-1942), por Wallace Kirkman Harrison y André Fouilhoux, o el Tamanaco (1953), por Holabird, Root & Burgee, con Guinand van der Valls. Edificios de oficinas privadas como el Phelps (1944) y el Gran Sabana (1945), por Clifford Charles Wendehack (Pérez Gallego, 2017); Cines como el Hollywood (1939), Rialto (1940) y Las Acacias (1945) y sedes bancarias como el Unión (1945), Caracas (1951), Mercantil y Agrícola (1952-1953), Venezolano de Crédito (1952-1953) y Maracaibo (1955), por Rafael Bergamín (González Casas y Vicente Garrido, 2010) o villas modernas como las de Gio Ponti, Antonio Lombardini o Richard Neutra.

A estos se suman proyectos no construidos como el Museo de Arte Moderno de Caracas (1955), por Oscar Niemeyer y el Centro Profesional La Parábola (1956), contratado a Rino Levi, que también constituyen testimonios de los influjos que se movieron en esta época y fueron forjando cambios vitales en las ciudades, al comienzo armónicos o concertados, luego más drásticos, en paralelo a muchas otras obras de los arquitectos nacionales.

Obra magna de esta época, que representa el trabajo mancomunado de profesionales, artistas y obreros, nacionales y extranjeros, es sin lugar a dudas el conjunto de la Ciudad Universitaria de Caracas, (1939-1958), bajo proyecto y coordinación del arquitecto Carlos Raúl Villanueva, con la participación de Gorka Dorronsoro, Juan Pedro Posani y Arthur Khan, entre otros, en el área de Arquitectura y de Juan Otaola en la Ingeniería. El proyecto de Síntesis de las Artes desarrollado en paralelo a través de sus espacios, le permitió a Villanueva involucrar a artistas venezolanos como Alejandro Otero, Oswaldo Vigas, Baltasar Lobo o Alirio Oramas, e internacionales de fama mundial como Alexander Cálder, Jean Arp, Victor Vasarely o Fernand Leger, concretando un conjunto integral cuya excepcionalidad como obra del genio creador humano, le valió su inclusión en la Lista del Patrimonio Mundial de Unesco en el año 2000 (Jaua y Marín, 2009). 

Figura 5: Aula Magna de la Ciudad Universitaria de Caracas (La Cuadra Universitaria UCV, s.f.)

PERIODO CONTEMPORÁNEO 

El periodo contemporáneo, más próximo, pero no por ello menos prolífico, siguió abonando la llegada de nuevos grupos migratorios, particularmente entre los años 1973 y 1978, cuando durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez se abrieron las puertas a la migración; en este caso de los países hermanos latinoamericanos como Colombia, Perú y Ecuador, además de Argentina, Uruguay y Chile procedentes del cono sur, que subyugados por férreas dictaduras militares impulsaban a sus conciudadanos a emprender caminos a otros rumbos, entre ellos a Venezuela, donde no solo encontraron habitar sino también desarrollarse en el campo laboral.

El área de la construcción fue particularmente receptora de mano de obra calificada para las obras, pero también se sumaron profesionales que no solo llegaron a ejercer en las áreas del diseño, la arquitectura y la ingeniería, contribuyendo también en el ámbito académico. Es una etapa dominada por distintas expresiones del Brutalismo en la arquitectura, que en la "Venezuela en construcción", se manifestó en espléndidas y racionales obras de concreto armado en obra limpia. 

Ejemplos significativos de esta fase, donde nuevamente se manifiesta la participación extranjera, tanto en la dotación tecnológica, como en la asesoría constructiva, tenemos en las obras del Metro de Caracas (1963-1983), cuyos proyectos iniciales corrieron bajo la asesoría de la firma Parsons, Brinckerhoff, Quade & Douglas de Nueva York y Alan Voorhees de Washington D. C., con el aporte del arquitecto Max Pedemonte, en la integración peatonal urbana y de las obras de arte en la arquitectura de las estaciones de las líneas 1 y 2. Desde el punto de vista técnico fue cardinal la influencia de los franceses, quienes no solo aportan el equipamiento de trenes, sino también la tecnología electrónica.

Otras obras de este periodo donde se involucran profesionales extranjeros, aunque formando equipo con los nacionales es el magno complejo de Parque Central (1970-1983), bajo la gerencia de construcción de la constructora Delpre C.A., a cargo del ingeniero Enrique Delfino, con proyecto arquitectónico de Enrique Siso y Daniel Fernández Shaw y la participación de los ingenieros Mario Paparoni y Serhiy Holoma (Council on tall Buildings and Urban Habitat 2012. (2012, julio 9). Otras obras como el Centro Banaven (1978) de Enrique Gómez, Carlos Eduardo Gómez y Jorge Landis, tuvieron la participación de la oficina Johnson & Burgee de New York, sirviendo también como ejemplo de la participación de profesionales extranjeros en esta etapa.

Importante sería también de señalar la inmensa inversión realizada en carreteras y autopistas, además de represas, centrales hidroeléctricas y refinerías, en las que tuvo especial participación en labores de cálculo, construcción y supervisión la empresa ítalo-venezolana Venezolana de Inversiones y Construcciones Clerico, C.A. VINCCLER, C.A. formada por Giacomo Clerico Bertola y Fedele Clerico Bertola, continuada por Juan Francisco Clerico (Vinccler C.A., 2010), actores fundamentales de obras como la Represa Raúl Leoni (1970-1990), el conjunto de Aislamiento de efluentes mercuriales del Complejo Petroquímico Morón (1988) o la Ampliación de la Refinería El Palito (1970).

Figura 6: Represa Raúl Leoni (Megaconstrucciones, s.f.). 

CONCLUSIONES

Para cerrar, podemos citar a Calvo (2007) cuando plantea que “la permanente hibridación que se ha dado en el ámbito latinoamericano de ideas, razas y culturas, amén de las variables geográficas signadas por la inmensidad y la desmesura, permite dotar a sus respectivos componentes de particularidades que están basadas fundamentalmente en la diversidad. El fenómeno de la metropolización, notable y dramático en esta parte del mundo, junto a las constantes migraciones de contingentes humanos del campo a la ciudad o de zonas pobres a zonas aparentemente ricas, ha trastocado los discursos tradicionales que sobre la identidad se han producido en su seno, permitiendo localizarla de otra forma en otros componentes o culturas producto de esas mismas circunstancias contemporáneas” (Calvo, 2007, p. 75).

Luego de esta visión retrospectiva, no queda más que agregar que en Venezuela, el patrimonio cultural y en especial el edificado, puede considerarse un producto colectivo, sin complejos identitarios, donde se han sumado para su concepción intelectual y construcción, venezolanos y extranjeros a través del tiempo, siendo por tanto receptor de múltiples influencias culturales y por tanto expresión del carácter híbrido o diverso que caracteriza a la sociedad venezolana y en consecuencia a todas sus expresiones culturales, incluida en estas la Arquitectura.

De allí que en este Día de Los Monumentos y Sitios del 2020, dedicado al tema “Culturas compartidas, Patrimonio compartido, Responsabilidad compartida” tan particular para todo el mundo, dadas las circunstancias  globales actuales y en el caso de Venezuela, que de  país receptor de inmigrantes ha pasado a ser emigrante, hacemos un llamado a la reflexión en pro de la valoración y conservación  de ese legado, en virtud de su carácter diverso, producto de las huellas que desde tiempos milenarios, los múltiples contingentes migratorios fueron trazando sobre el territorio en pro de forjar un patrimonio, construido por todos y para todos. 

FUENTES CONSULTADAS 

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