LOS PAISAJES RURALES EN VENEZUELA
En momentos como los que vive Venezuela actualmente, escribir sobre su
patrimonio cultural no es fácil. Por un lado, es una necesidad, por otro puede
parecer trivial cuando su principal patrimonio, la gente, que es la
constructora de su cultura está padeciendo tantas calamidades. Aun así, este 18
de abril, como todos los años, se conmemora a nivel mundial el Día
Internacional de los Monumentos y Sitios.
Su origen se remonta al 18 de abril de 1982, cuando en la reunión de la
directiva del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios – ICOMOS, que
coincidió en Hammamet con el Coloquio organizado por el Comité Nacional de
ICOMOS de Túnez, se propuso instituir el Día Internacional de los Monumentos y
Sitios, con la idea de conmemorar una jornada anual a nivel mundial, para
despertar la conciencia colectiva sobre la diversidad del patrimonio mundial,
la importancia de su protección y conservación y concienciar acerca de su
vulnerabilidad. Esta propuesta fue planteada por el Comité Ejecutivo de ICOMOS
a la UNESCO y aprobada por la Conferencia General de este organismo en su 22ª
Sesión, en noviembre de 1983.
Cada año se decide una línea temática para focalizar los esfuerzos a escala
internacional en el patrimonio asociado con ella. El tema de este año es el
paisaje rural. Paradójicamente un aspecto que confronta a Venezuela con sus
orígenes, anteriores al periodo colonial. Desde el siglo XX comenzó a
identificarse a Venezuela como un país petrolero, en vías de desarrollo.
Particularmente en 1928, el producto de exportaciones por petróleo superó
a las derivadas de los rubros, de índole agrícola o pecuario, que habían
dominado el panorama económico desde los tiempos finales de la colonia, cuando
se estableció la Capitanía General de Venezuela (1777), como estrategia
borbónica para el control estratégico de un conjunto de provincias que habían
itinerado, entre el Virreinato de Nueva España, a través de la Real Audiencia
de Santo Domingo y el Virreinato del Perú, a través de la Real Audiencia de
Santa Fe de Bogotá.
La instalación de la Real Compañía Guipuzcoana, corporación comercial establecida por Felipe V en 1728 para monopolizar todas las transacciones entre España y la provincia de Venezuela, con sede en Caracas, transformada en 1785 en la Real Compañía de Filipinas, extendiendo su radio de acción hasta el Pacífico, reconocía el gran potencial agrario que la Provincia de Venezuela y sus aledañas, habían adquirido en el siglo XVIII.
Además del café, durante el siglo XIX, la caña de azúcar siguió teniendo un
papel relevante en la definición de paisajes rurales en muchos puntos de la
geografía nacional, en los que a las extensas areas de cultivo se asociaban las
estructuras para el procesamiento de la caña de azúcar (Figura 4). Caminos,
acequias, trapiches y chimeneas se fueron diseminando a través del campo
venezolano deviniendo en íconos singulares de sus paisajes.
Las zonas áridas como las de la península de Paraguaná en el estado Falcón también albergaron importantes variantes del paisaje rural. La presencia del hato paraguanero, con sus típicas casonas introspectivas, cerradas hacia el exterior y con la presencia del granero es una variante singular. Ejemplos se tienen en la casa del hato Las Virtudes, El Cayude, Aguaque, San Francisco, La Cienega y Bajarigua, entre otras (López Petit, 2018, 15 de noviembre). De igual forma, otro paisaje rural característico es el paisaje del tabaco cuyas siembras se acompañaban de secaderos individuales o de espacios para esas funciones que cohabitaban con las edificaciones domésticas. Podemos ver ejemplos en localidades como Zaraza en el estado Guárico e incluso cerca de Caracas, en los testimonios que se conservan en la Hacienda La Trinidad, Estado Miranda.
Las zonas áridas como las de la península de Paraguaná en el estado Falcón también albergaron importantes variantes del paisaje rural. La presencia del hato paraguanero, con sus típicas casonas introspectivas, cerradas hacia el exterior y con la presencia del granero es una variante singular. Ejemplos se tienen en la casa del hato Las Virtudes, El Cayude, Aguaque, San Francisco, La Cienega y Bajarigua, entre otras (López Petit, 2018, 15 de noviembre). De igual forma, otro paisaje rural característico es el paisaje del tabaco cuyas siembras se acompañaban de secaderos individuales o de espacios para esas funciones que cohabitaban con las edificaciones domésticas. Podemos ver ejemplos en localidades como Zaraza en el estado Guárico e incluso cerca de Caracas, en los testimonios que se conservan en la Hacienda La Trinidad, Estado Miranda.
Figura 1: Paisaje rural de cultivos en terrazas en
Timotes, Estado Mérida
PAISAJES RURALES PREHISPANICOS
No obstante, los paisajes rurales ya se habían
comenzado a moldear desde tiempos ancestrales producto de la interacción entre
las culturas aborígenes y su entorno natural. Aunque algunas etnias eran al
comienzo errantes por naturaleza y vivían de la caza, pesca y recolección,
algunas más adelantadas optaron por afincarse en el territorio y desarrollar
cultivos de especies autóctonas como el maíz, la yuca, el tomate y la papa,
entre otras, productos de los cuales, algunos son inseparables
indefectiblemente de la cultura gastronómica actual de Europa.
Por el lado de la cultura Caribe o Arawac,
generalmente asociada con la actitud trashumante, diseminados por toda la
cuenca del Caribe, conjugaron su carácter guerrero con núcleos germinales de
asentamientos estables en los que también cultivaron cacao, maíz y yuca, los
dos pilares fundamentales de su sustento alimentario. El conuco fue su
expresión directa, reducto controlado donde un grupo producía lo necesario para
su sustento y el incipiente intercambio con otros grupos indígenas. Estudios
recientes plantean la hipótesis de que algunos grupos se hicieron sedentarios y
desarrollaron transformaciones en el paisaje para el desarrollo de actividades
agropecuarias, como sucediera en el valle de Caracas con los asentamientos
agro-urbanos “Caraca” en el Ávila y “Toromaina” en Las Adjuntas, desarrollados
por las tribus Toromaina, parte de los Mariche (Prieto, 2016).
Los grupos Timoto Cuicas, afiliados con la cultura
Chibcha, asentado en los territorios de los estados andinos Trujillo, Mérida y
Táchira ya presentaban testimonios de la modelación del paisaje, a través del
desarrollo de cultivos en terrazas en laderas de montaña, como los de Timotes,
que aprovechaban la escorrentía natural del terreno en pendiente de las
estribaciones de los montes andinos para su concreción. Los cultivos de maíz,
papa, frutales y hortalizas, conjugados con incipientes infraestructuras de
mampostería de piedra concertada, caminos, muros separadores y escaleras fueron
configurando bucólicos paisajes en las laderas andinas (Figura 1).
Según refería el misionero jesuita José
Gumilla las tribus de Guayana cultivaban maíz y yuca principalmente, pero
entremezcladas con otras especies comestibles, desarrollando una estrategia
ecológica que por un lado impedía el desarrollo de especies silvestres y por
otro optimizaba el uso del suelo: “cuando siembran el maíz ya la yuca lleva una
quarta de retoño, y entre una, y otra mata de yuca siembran una de maíz; y
entre la yuca, y el maíz siembran batatas, chacos, calabazas, melones y otras
muchas cosas, cuyos retoños como corren estendidos por los suelos, no impiden
al maíz, ni a la yuca; antes bien, como cubren todo el suelo, a manera de una
verde alfombra impiden que brote la tierra otras malas yervas” (Gumilla,
1745:275).
Como señalábamos en la introducción, el paisaje
cultural rural se siguió enriqueciendo a la par del mestizaje étnico social. La
llegada de los europeos y luego la incorporación de población africana engendró
una fusión cultural que incidiría también en la traslación de las tradiciones
gastronómicas y medicinales en sentido bidireccional, lo cual trajo como
consecuencia la inserción de nuevas especies de cultivos y formas para
desarrollarlas. La inserción de la mano de obra esclava fue crucial en este
aspecto. La explotación de las especies de cacao existentes y la refinación de
su procesamiento para generar chocolate fue sin duda el gran aporte al paisaje
rural del periodo colonial.
El cacao llegó a ser el producto más cotizado de
todos cuantos la Compañía Guipuzcoana comercializó en la Provincia de
Venezuela. Una vez abastecida ésta, la mercancía excedente podía ser
transportada a las provincias de Cumaná, Trinidad y Margarita, e intercambiada
por otros rubros como plata, oro y frutos destinados al comercio ordinario con
España (Arcila Farías, 1997). El cacao venezolano gozaba de una alta reputación
en los mercados mundiales. Debido a su precio ocupaba el tercer lugar en la
demanda de productos después del oro y de la plata, y equivalente a la grana,
otro artículo precioso de la época (Arcía Farías, 1997). Esto devino en la
modelación del paisaje, en el que se combinaban las especies arbustivas y
arbóreas con lo construido (Figura 2). No obstante, a la par del cacao también
se fueron emprendiendo otros tipos de cultivo, aprovechando las cualidades
climáticas de cada entorno. Se introdujeron café y caña de azúcar, e incluso
trigo, entre otros.
El café fue incorporado a través de la región de
Guayana cuando según referencias del sacerdote jesuita José Gumilla, él mismo
sembrara un primer árbol en 1741, con intenciones ornamentales (Gumilla, 1745).
El padre José Antonio García Mohedano lo trae a Caracas en 1784, ensayando la
siembra de seis mil especímenes que no subsistieron. Debido a ello, el clérigo
decidió unir esfuerzos con Pedro Palacios y Sojo (1739-1799), abuelo materno de
Simón Bolívar, dueño de la hacienda La Floresta y el terrateniente de Chacao de
ascendencia francesa Bartolomé Blandín (1745-1835), aficionado a la música y la
agricultura, propietario de la hacienda Blandín, estableciendo una estrategia
para su masificación e industrialización. El segundo ensayo de cincuenta mil
plantas fue exitoso, obteniendo una abundante cosecha que fuera celebrada a
finales de 1786 en los terrenos de la hacienda Blandín, actual Country Club de
Caracas (Nissnick, 2018, septiembre 9).
Por su parte, la caña de azúcar, según versión
compartida por la mayoría de los historiadores, fue introducida a Venezuela
desde la isla de Santo Domingo a través de las costas de Santa Ana de Coro, por
Juan de Ampíes colonizador y fundador de la ciudad, desde donde se extendió
hacia el centro u otras regiones del país alrededor de los años treinta del
siglo XVI (Amodio, 2010:117-118). Sin duda, aunque no es autóctona “aparece
asociada a los primeros ensayos de fundación de centros poblados, tanto en oriente
como en occidente. Junto al tabaco, el cacao, el añil y el café, fue uno de los
rubros agrícolas que constituyeron la base de la economía venezolana desde la
segunda mitad del siglo XVIII hasta las primeras décadas del siglo XX” (Amodio
y Molina, 2010:115).
Devino en una de las actividades económicas
primordiales de varias regiones del territorio venezolano dando lugar al
establecimiento de numerosas unidades de producción, conocidas en forma
genérica como trapiches o ingenios (Amodio y Molina, 2010:115), que fueron
redibujando los paisajes, entre otros, de los valles de Caracas, Aragua y
Carabobo; de los valles del río Turbio, Yaracuy y El Tocuyo (Molina, 2010:
187-199) y de la planicie sur del lago de Maracaibo, entre Estanques y la
desembocadura del río Escalante y el río Pocó, en los límites actuales entre
los Estados Mérida y Trujillo (Ramírez, 2010:
141-164).
Estos rubros propiciaron nuevos paisajes. Las
haciendas cafetaleras generaron espacios adecuados a la función; patios de
secado, espacios de clasificación, trillas y almacenes fueron dibujando junto
con las casas de hacienda del propietario, capataz y peones, verdaderas
unidades de producción, destacando las haciendas La Floresta, Blandín, y
Anauco, entre otras. Las haciendas de caña de azúcar y sus trapiches, además de
la arquitectura doméstica también conformaron junto con sus chimeneas, salas de
pailas, alambiques y almacenes estos paisajes. Las chimeneas eran los
campanarios productivos de una incipiente labor preindustrial. Solo en Caracas podríamos
recordar los testimonios de esta tradición en las casas de la Hacienda La Vega,
Montalbán, Ibarra, San José, Coche y La Urbina.
En la provincia tenemos importantes vestigios en la Hacienda Casarapa en
Guarenas, el Ingenio de los Bolívar en San Mateo, Los Villegas en Turmero, el
Trapiche Los Clavos en Boconó, entre otros.
El añil, el tabaco y el algodón fueron otros rubros
característicos de la época, que, de manera individual o entremezclada con
otros, fue complejizando el paisaje haciendo de las tierras venezolanas un
verdadero ajedrez o collage donde se entremezclaban especies, colores, texturas
y aromas.
Figura 3:
Paisaje rural del café, Hacienda La Victoria, Santa Cruz de Mora, Estado
Mérida.
La instalación de la república trajo consigo una
situación económica traumática en sus inicios. El reacomodo de fuerzas y
actores al mando de la producción para superar la grave crisis en que había
quedado el país después de las guerras de independencia promovió el progreso de
unos rubros respecto a otros. La ganadería, actividad que también había sido
próspera, sobre todo en la región de Guayana estaba devastada. El sector
agrícola lentamente se fue robusteciendo, comenzando a despuntar el café como
cultivo principal, convirtiéndose así Venezuela, durante el siglo XIX, en el
segundo productor mundial, después de Brasil (Nissnick, 2018, septiembre 9). Se
mantuvo incólume como pilar de la economía nacional hasta la llegada del
petróleo en la década de 1920, cuando específicamente en 1928, el petróleo
superara al café como producto de exportación.
Debido a ello, nuevas haciendas se fueron sumando
para su cultivo y procesamiento. Los piedemontes de las montañas en torno al
valle de Caracas, los valles de Aragua en las localidades de Turmero y Cagua,
los valles de Mérida como Santa Cruz de Mora y parte del estado Táchira, fueron
importantes asientos de haciendas cafetaleras. Conjunto emblemático todavía
activo es la Hacienda La Victoria, en Santa Cruz de Mora, cuyos orígenes se
remontan a una pequeña hacienda adquirida por Feliciano Urdaneta a través de
subasta pública (1854), quien la renombra como “Hacienda La Victoria”, en honor
al logro alcanzado. De este fue pasando
por varios propietarios, hasta que la adquiere Don Simón Noé Consalvi. Este
comienza a ampliarla sentando las bases del basto complejo, que sucesivamente
luego pasara a manos de Luis Lares Prato, Don Calógero Paparoni y hasta Américo
Paparoni, quien finalmente la vendió al ejecutivo del estado en 1991. Su patio
de secado es de los más grandes del país (Figura 3).
La incorporación de nuevos grupos culturales en
procesos de colonización controlada y estimulada por el Estado caracterizaron
este periodo. El surgimiento de las colonias El Topo de Tacagua (1825), entre
el actual estado Vargas y Caracas; Tovar (1843), en el estado Aragua; Numancia
(1852), en Puerto Tablas, Estado Bolívar; Araira (1874), en el estado Miranda y
Chirgua (1938), en el Estado Carabobo (Troconis de Veracoechea, 1986: 317), por
grupos de colonos escoceses, alemanes, daneses, franceses e italianos,
respectivamente, fructificaron en estas experiencias. De ellas sobreviven
Tovar, Araira y Chirgua, desarrollando singulares paisajes donde se mezclan las
culturas foráneas con los paisajes naturales nativos, insertando nuevos rubros
de frutales, cereales y hortalizas.
Los tiempos terminales de este periodo preconizaban
lo que vendría en el siguiente. La creación y apertura de fábricas en el
periodo gomecista, alineado con el ideario positivista, señalaban un camino que
a pesar de la dictadura abonó un camino para el futuro proceso industrial. El
Lactuario Maracay, Telares e Hilandería Maracay, el Aserradero El Túnel en el
conjunto de Santa Inés, Chocolates La India, Café Fama de América y Café
Imperial, entre otros, eran industrias alimentadas por la producción de los
diversos rubros agropecuarios en progreso.
Otro paisaje rural de gran valor estético fue el
que se fuera forjando en los territorios de las llanuras venezolanas, en los
estados Portuguesa, Cojedes, Barinas, Apure, Guárico, Anzoátegui y Monagas en
los que se conjugan la actividad agrícola con la pecuaria, asociados a centros
poblados fundados en el periodo colonial como pueblos de misión y doctrina. Los
Esteros de Camaguán, las Riberas del Arauca, los entornos de Barinas fueron y
son paisajes vinculados a actividades agropecuarias que todavía hoy expresan
excepcionales cualidades escénicas.
Figura 4: Paisaje rural de la caña de azúcar,
Hacienda Santa Teresa, El Consejo, Estado Aragua.
PAISAJES RURALES EN LA MODERNIDAD
Aunque parece un contrasentido hablar de paisajes
rurales en la modernidad, con la consolidación de la actividad petrolera desde
1928, si bien se fue desplazando la actividad agropecuaria, la plusvalía
generada por ésta en el tiempo comenzó a ser reinvertida en la mecanización de
los procesos de producción, otrora artesanales. Ello dio origen a
trasmutaciones paisajísticas gracias a la actuación de tres factores. El
primero fue el ensayo, inserción, mudanza y reemplazo de especies y rubros de
producción; el segundo, el desarrollo de la actividad pecuaria y el tercero, la
incorporación de estructuras de carácter industrial para la modernización de
los procesos de manufactura, reelaboración de derivados, su envasado y
distribución.
Nuevos rubros fueron diversificando el paisaje
rural. La siembra extensiva de arroz, cebada, y avena; leguminosas como
ajonjolí y maní; frutales como cítricos, patilla, lechosa, plátanos y cambures;
hortalizas como lechuga, acelga, espinaca, berenjena, calabacín, tomate y
auyama; tubérculos como la batata, fueron enriqueciendo y diversificando los
paisajes rurales con diversas texturas, olores y colores producto de sus
frutos.
En esta diversificación paisajística cumplirá un
papel especial el aporte de nuevos grupos étnicos que llegaron al país en el
periodo de entreguerras, incrementándose notablemente a raíz de la conclusión
de la Segunda Guerra Mundial. En especial, en el lapso entre 1948 a 1958,
importantes contingentes de españoles, italianos, portugueses, yugoslavos,
alemanes, rumanos, rusos, chinos, polacos, ucranianos, húngaros, austríacos,
armenios, belgas y griegos llegaron a sumar nuevas iniciativas agrícolas y
pecuarias en diversos puntos del país aupados, además de la iniciativa
particular por el impulso del Instituto Técnico de Inmigración y Colonización,
del Instituto Agrario Nacional y del Centro Intergubernamental para las
Migraciones Europeas (Pozo, 1999).
Entre los nuevos rubros a extenderse como
generador de paisajes destaca el arroz, que, aunque ya se conocía y cultivaba,
se producía de manera incipiente y dispersa en mayor o menor grado, en las
diferentes entidades del territorio nacional. Se robustece para el
abastecimiento local y explotación comercial, debido a su alta demanda como
parte de la dieta venezolana, intensificándose a partir de 1953, mediante
un plan arrocero desarrollado en la colonia agrícola de Turén, estado
Portuguesa. En ese año, se siembran 32.517 hectáreas, con un volumen de
producción total de 41.650 t. A partir de ese momento se fue expandiendo su
cultivo y producción generando nuevos paisajes concentrados en dos grandes
zonas: la Región Central, en el estado Guárico y la Región de los Llanos
Occidentales, destacando en los estados Portuguesa y Cojedes. A ellos se suman
en menor grado otros sectores ubicados en los terrenos llanos de los estados
Barinas y Delta Amacuro (Páez N, 2004: 23).
Por otro lado, además de la actividad agrícola
durante esta etapa es de destacar también la intensificación e
industrialización de la actividad pecuaria, en sus diversas variantes, vacuna y
porcina, mayoritariamente y caprina, equina y bovina en menor grado, de acuerdo
con las condiciones geo climáticas más acordes al hábitat idóneo para el
desarrollo de las diferentes especies. Ello generó un amplio panorama de tipos
de paisajes rurales que conjugan las expresiones culturales asociadas a la
cría con el entorno natural afín a su medio de vida, de acuerdo con su
topografía, clima, fuentes hídricas y vegetación dominante (Figura 5).
En consecuencia, podemos señalar la diseminación de
paisajes asociados a la ganadería vacuna en las entidades del Distrito Federal,
Aragua, Carabobo, Cojedes, Zulia y Miranda. Caprina en los estados Falcón,
Lara, Zulia y Sucre. Ovina en las zonas áridas de los estados Falcón, Zulia,
Lara, Mérida y Trujillo. Por su lado la ganadería equina se localiza
principalmente en los estados Guárico, Apure, Anzoátegui, Bolívar, Monagas y
Zulia; acompañada de núcleos menores de ganadería asnal en los estados
Anzoátegui, Guárico, Sucre, Apure, Lara, Barinas, Bolívar, Falcón y Monagas y
mular en Táchira, Miranda, Lara y Trujillo (Costa, 2011, febrero 25).
En cuanto al proceso de industrialización, paralelo
al de la agricultura, este tiempo se caracteriza por la aparición y
diseminación de estructuras en forma de fábricas, galpones, plantas azucareras
y torrefactoras, que vinieron a reemplazar a los antiguos trapiches, trillas y
molinos artesanales. Los Valles de Caracas, Aragua y Carabobo en el centro; los
de Lara, Falcón y Zulia en la zona occidental; los de Trujillo, Mérida, y
Táchira en la región andina o las llanuras de Cojedes, Portuguesa, Guárico,
Apure y Barinas, devienen en nuevos paisajes culturales de vocación rural ahora
contaminados por la presencia de artefactos industriales que no en pocos casos
constituyen espléndidos testimonios históricos de estos procesos y, que también
implican relevantes ejemplos de arquitectura industrial por reconocer y valorar
como parte del patrimonio cultural. Santa Bárbara del Zulia con su producción agropecuaria
o las siembras de plátano en las proximidades de los Puertos de Altagracia,
constituyen estupendos paisajes rurales dentro de este escenario.
Innumerables empresas como la Central Azucarera El
Palmar, Montalbán, las fábricas de Alfonso Rivas & Cía, Alimentos Polar,
Cerveza Zulia, Cervecería Caracas, Mavesa, Ron Pampero, Ron Santa Teresa
(Figura 4), Ron Cacique, Café Fama de América, Aceites Branca, Lácteos
Carabobo, entre tantos otros, constituyeron dignos ejemplos de la inversión en
los procesos de industrialización de los frutos del campo y la deseada “siembra
del petróleo” aclamada por Arturo Uslar Pietri desde tiempos tempranos en
reacción a la desmedida explotación irracional de la renta petrolera (Abreu
Olivo, Edgar et al.,2000).
El proceso que se iniciara a partir de 1958,
destinado a la sustitución de importaciones mediante el estímulo a la creación
de empresas e industrias para el procesamiento de materias primas tuvo un
momento estelar entre las décadas de 1960 y 1970. En 1974, cuando los ingresos
por la venta de petróleo tocaron zénit, era el momento para invertir en la
reelaboración de materias primas en productos secundarios. No obstante, la
tendencia gubernamental, con ciertas excepciones, se orientó a seguir
exprimiendo la renta petrolera sin visualizar que en un futuro medio era
insostenible el sistema, haciéndose además absolutamente dependiente de las
fluctuaciones del mercado petrolero. En el presente, cuando la capacidad
productiva del campo se ha reducido al mínimo, producto de las expropiaciones
de tierras y empresas productivas, es el momento de volver a dirigir la mirada
a la tierra y entender que la verdadera riqueza está en el trabajo, en la
generación de productos que diversifiquen la economía y generen empleo para
todos los sectores de la economía.
El reemplazo de las especies tradicionales de los
diferentes paisajes para generar otros tipos de cultivos puede ser una
iniciativa racional desde un punto de vista netamente económico, a simple
vista, pero es una visión miope que se focaliza en la inmediatez. No obstante,
va contra corriente cuando se trata de la afectación a paisajes culturales
asociados a la vocación histórica de determinadas especies.
El reemplazo, por ejemplo de los cultivos
tradicionales de caña de azúcar por platanales, en el caso de los Valles de
Aragua, es un ejemplo claro de no entender las potencialidades que algunos
países han aprovechado al reconocer sus potencialidades en materia de paisajes
culturales de vocación rural, en los que no solamente el producto directo del
fruto cultivado es el objetivo, sino también toda la cultura asociada con estos
desarrollada en su entorno, la cual puede ser, tanto o más productiva que el
resultado directo de la cosecha.
CONCLUSIONES
Figura 1: Dal89. (2008). El Campo en Mérida. Venezuela. En Wikimedia Commons. Consultado en https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Campo_de_M%C3%A9rida.JPG
Figura 6:
Paisaje rural de los hatos paraguaneros en el Cayude, Paraguaná, Estado Falcón.
CONCLUSIONES
En el presente, hoy más que nunca, tenemos el reto
de reconstruir el país, atendiendo a las demandas insatisfechas de necesidades
primarias, dentro de las cuales, conjugar la producción de los rubros
agropecuarios característicos de los diferentes contextos bioclimáticos no será
suficiente. Dirigir la mirada a los rasgos culturales asociados a ellos y su
canalización y perfeccionamiento a partir de los aportes contemporáneos es
primordial. Aprovechar los beneficios que nos ofrece la Industria 4.0 mediante
la digitalización de los procesos productivos fabriles y el uso de sistemas de
información para transformar los procesos productivos en miras a obtener logros
más eficientes y de bajo impacto ecológico, además del desarrollo del turismo
cultural y la artesanía gastronómica, con conciencia ambiental, pueden
representar nuevas fuentes de ingresos tanto para las poblaciones que habitan
esos paisajes culturales rurales, como para los inversionistas, proyectando
puertas afuera del país nuestra identidad cultural con orgullo, más allá del
codiciado petróleo.
Hay iniciativas loables en el rescate de la
producción de cacao y de la caña de azúcar y su elaboración artesanal o semi
industrial para la elaboración de chocolate y ron, respectivamente, con calidad
de exportación. Son, no obstante, emprendimientos puntuales que aún carecen de
fortaleza suficiente como para volver a tomar el eje productivo de la
economía nacional en la línea agrícola. Ellas y otras deberían ser estimuladas
para crecer y hacer de ellas actividades que involucren a toda la población,
diversificando la economía y virando de una vez la tendencia histórica del país
como estado mono-productor, vulnerable a las oscilaciones del mercado, otrora
agrícola y en el presente, minero-petrolero. Ese es el reto.
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aceytes, refinas, yervas y raices medicinales; y sobre todo, se hallaran
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