El Consejo Internacional de Monumentos y Sitios surgió como un cuerpo colegiado, brazo coordinador del esfuerzo internacional para preservar y valorizar el patrimonio de la humanidad. Se crea como un organismo Clase A, asesor de la Unesco, cuyos orígenes se remontan a 1964, en el marco de la Asamblea General del II Congreso Internacional de Arquitectos y Técnicos de Monumentos Históricos. El comité venezolano se formaliza en 1981.
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jueves, 19 de septiembre de 2024
jueves, 18 de abril de 2024
18 de abril de 2024: Día Internacional de los Monumentos y Sitios: Catástrofes y conflictos a través del objetivo de la Carta de Venecia
Después de la Conferencia de
Atenas para la Restauración de Edificaciones Históricas reunida en Atenas en
1931, que gestó como producto la “Carta de Atenas” en materia de Conservación,
el “II Congreso Internacional de Arquitectos y Técnicos de Monumentos Históricos”
se congregó en Venecia, en 1964 adoptando trece resoluciones. La primera,
concerniente a la promulgación de la “Carta internacional sobre la conservación
y la restauración de monumentos y sitios”, mejor conocida como “Carta de
Venecia”, y la segunda, la creación del “Consejo Internacional de Monumentos y
Sitios”, propuesto por la Unesco como una entidad de expertos en materia de
conservación y restauración de bienes construidos para la difusión e
implementación de sus postulados. Los firmantes de la “Carta de Venecia” fueron
parte de los miembros fundadores de ICOMOS (II Congreso Internacional de arquitectos y Técnicos de
Monumentos Históricos, 1964).
Este documento guía para las
actuaciones sobre el patrimonio edificado, que este año está cumpliendo seis
décadas de existencia, se convirtió en un texto doctrinario trascendental para
la disciplina de la conservación y restauración, adoptando una posición
“racional y moderna”, y equilibrando las visiones enfrentadas derivadas del
Romanticismo del siglo XIX, entre la “Restauración en Estilo”, impulsada por
Viollet Le Duc, o la “Conservación a ultranza”, defendida por John Ruskin,
incorporando posteriores aportes derivados de la “Restauración Histórica” de
Camilo Boito, de la Restauración Filológica de Luca Beltrami, y de la “Restauración
Científica” de Gustavo Giovannoni, entre otros (González Varas, 2008).
En la “Carta de Venecia” se
instrumentaron conceptos, bajo la óptica del racionalismo moderno, para
responder y controlar aspectos como la adecuación de uso y función, el contexto
donde se enmarca la obra, el equilibrio entre los materiales tradicionales y
modernos y sus respectivas técnicas de intervención, así como la metodología de
actuación y la diferenciación entre lo nuevo y lo preexistente. Sin embargo,
algunos de estos preceptos como este último, tomados como dogmas en algunos
casos, sirvieron para justificar la inserción de anexos y componentes a las
edificaciones de valor patrimonial, en busca de su conservación y adecuación,
trayendo como consecuencia a la larga, su desfiguración en unos casos, o su
afectación conservativa en otros, por la incompatibilidad fisicoquímica entre
los materiales tradicionales y los industriales.
Con el devenir de los años y
la revisión crítica desarrollada por la postmodernidad, aun manteniendo
vigencia la “Carta de Venecia” como documento marco, al igual que sucede en el
plano jurídico con las Constituciones Nacionales de los Estados y las leyes
fundamentadas y derivadas de ellas, se dio la necesidad de generar nuevos
documentos que, partiendo de aquella, desarrollaran y ampliaran sus perspectivas de actuación ante
determinado tipo de bienes culturales, técnicas constructivas, u otros tópicos
específicos.
Es así como en el ámbito de
ICOMOS nacieron producto de la participación mancomunada de sus miembros,
mediante el aporte de los diferentes comités nacionales y los comités
científicos, diversos instrumentos doctrinarios. Entre muchos otros podemos
referir como ejemplos, la “Carta del Turismo Cultural” (1976), abocada al
control del impacto de la actividad turística sobre el patrimonio cultural; la “Carta
de Florencia” (1981), dirigida a la preservación de los jardines históricos; la
“Carta de Toledo”, también llamada de Washington, o “Carta Internacional para
la conservación de Ciudades Históricas” (1986-1987), para complementar los
principios expuestos en la “Carta de Venecia”, en torno a la protección y
conservación de los centros históricos; la “Carta para la protección y defensa
del Patrimonio Arqueológico” (1990), para proteger los bienes de carácter
arqueológico como testimonio fundamental para el conocimiento y comprensión de
los orígenes y evolución de las sociedades humanas; la “Carta de Nara” (1994)
para definir los matices, límites y relatividad de la autenticidad en función
de la diversidad cultural, y la “Carta Internacional para la protección y
gestión del Patrimonio Cultural subacuático” (1996), abocada a la protección de
los bienes arqueológicos sumergidos (Icomos,
2024).
Con la llegada del nuevo
milenio se plantearon nuevos retos y demandas ante la conservación de los
bienes culturales. La incorporación de otros temas y variables, como el papel
de los ingredientes intangibles, simbólicos y las manifestaciones culturales
asociadas al hecho construido, han ido forjando un panorama cada vez más
complejo en los procesos de reconocimiento, diagnosis e intervención sobre el
patrimonio construido, y con este, la necesidad de actualización de los
documentos doctrinales. Como consecuencia de ello, surgieron iniciativas para
la revisión de la “Carta de Venecia”, y la promulgación de nuevas cartas
temáticas en respuesta al carácter holístico que la conservación del patrimonio
cultural implica en estos tiempos.
Así se generaron entre otras,
la revisión y actualización de la “Carta de Burra para sitios de significación
cultural” (1999), adoptada inicialmente en Burra, Australia del Sur en 1981 (Icomos Australia, 1999), y la “Carta de Ename” (2008), o “Carta ICOMOS para la Interpretación
y Presentación de Sitios de Patrimonio Cultural”, aprobada en la XVI Asamblea
General de ICOMOS celebrada en Québec (Comité Científico Internacional del
ICOMOS sobre la Interpretación y Presentación de Sitios de Patrimonio Cultural,
2008), articulada con la “Declaración de Quebec para la preservación del
Espíritu del Lugar” (Québec Declaration on the Preservation of the
Spirit of Place, 2008). Esta última establece que no
basta conservar el patrimonio tangible, sino también el espíritu que este posee
y transmite, cuya interpretación se debe contribuir a fomentar.
En 2024, a seis décadas de
la suscripción de la “Carta de Venecia” y revisando los postulados que en su
momento planteó, sin perder vigencia en lo global de sus objetivos, ni en las
definiciones y enfoques que implican las labores de la conservación y de la
restauración, este 18 de abril de 2024, Día Internacional de los Monumentos y
Sitios se torna propicio para iniciar un proceso de reflexiones sobre su
vigencia y eficacia en circunstancias excepcionales causadas por siniestros,
como los que se están originando frecuentemente, tanto por razones naturales,
como por causas humanas.
La “Carta de Venecia” se
sustenta directamente sobre los dos ingredientes, que, en su Teoría de la
Restauración, casi contemporánea con la “Carta de Venecia”, Cesare Brandi
definía como las instancias histórica y estética (Brandi, 1988), y que se
vinculan con los valores históricos y artísticos que Alois Riegl identificaba
de manera pionera en el Culto Moderno a los Monumentos de 1903 (Riegl, 1977).
No obstante, el pasar de los años ha develado la importancia de otro componente
que se asocia con ambos, pero que tiene su propia autonomía. Este es el
ingrediente simbólico, que podríamos considerar como una tercera instancia, y
en tanto otro factor a considerar, en los casos donde una pérdida parcial o
total de un bien cultural nos puede conducir a otro tipo de decisiones como la
reconstrucción parcial o total.
Instrumentos como el Documento
de Nara sobre autenticidad, suscrito en Nara, Japón en 1994 (The Nara
Conference on Authenticity, 1994); la “Carta de Burra para sitios de
significación cultural”, aprobada en Burra, Australia en 1999 (Icomos Australia, 1999), o la “Declaración de Quebec sobre la preservación del
espíritu del lugar”, aprobada en Quebec, Canadá, en 2008 (Québec
Declaration on the Preservation of the Spirit of Place, 2008), pueden ser considerados como preámbulos, a estas
revisiones y actualizaciones de los paradigmas y criterios por adoptar en
intervenciones a acometer, en circunstancias excepcionales como las generadas
por catástrofes naturales y conflictos bélicos, que pueden desencadenar en la
pérdida material casi irreversible de los bienes, pero no así de sus símbolos, derivados
de los valores intangibles que estos conllevan.
Estos pueden devenir en argumentos de peso como para demandar considerar intervenciones de reintegración, reconstrucción y anastilosis, que no necesariamente deben ser vistas como un producto de falsificación histórica y estética, siempre que se cuente con datos fidedignos de su diseño y construcción, de acuerdo con lo que planteaba la “Carta de Venecia”, como una forma de preservar un testimonio edificado en sus aspectos estético-formales, funcional-espaciales y técnico-constructivos, según suelen acometer las culturas orientales. Para estas, significan una forma de renovación y resurrección del objeto como testimonio, independientemente de su materia primigenia, manejando otros criterios respecto a la autenticidad, cuya relatividad ha quedado demostrada en función de los paradigmas culturales de los valores intangibles (The Nara Conference on Authenticity, 1994).
Casos recientes a nivel internacional, como la destrucción intencionada de los Budas de Bāmiyān (Figuras 1 y 2), emplazados en los acantilados del Valle de la Seda, en la parte central de Afganistán en 2001, por motivos ideológico-religiosos, la destrucción de santuarios en Palmira, Siria en 2015, por parte del Estado Islámico (Figuras 3 y 4), el dramático incendio accidental de la Catedral de Notre Dame de París de 2019 (Figuras 5 y 6), o más recientemente, los 152 sitios culturales de Ucrania, parcial o totalmente destruidos en el conflicto entre Rusia y Ucrania (Unesco, 2022) y los que se siguen generando en el presente, tanto en Ucrania, como en el actual conflicto entre Israel y Palestina, conllevan a repensar el por qué Venecia decidió en 1903 reconstruir “como era y donde era” el colapsado campanario de la Catedral de San Marcos, actuación cuyas críticas suscitaron el sustento de la Escuela Crítica de la restauración y parte de los postulados de Cesare Brandi (Brandi, 1988).
Figura 3: El templo de Baal de Palmira antes del Conflicto (AFP)
Figura 4: Ruinas del templo de Baal de Palmira, luego del bombardeo (AFP, 2015)
Figura 5: La Catedral de Notre Dame de París en llamas (AFP, 2019)
El ingrediente significativo o simbólico, y la necesidad a que en determinados casos este obliga, dirigida a la reintegración y reconstrucción de partes, ha venido siendo considerado en textos metódicos y teóricos recientes, como en el “Método SCCM de restauración monumental”, enmarcado en la Restauración Objetiva, planteada por Antoni González Moreno Navarro (González Moreno-Navarro, 1999); la relatividad y los prejuicios en torno al concepto de autenticidad, en la “Teoría Contemporánea de la Restauración”, de Salvador Muñoz Viñas (Muñoz Viñas, 2003) y los principios de restauración y reposición de los revestimientos epiteliales planteados por Paolo Marconi en “Restauro dei monumenti. Cultura, Progetti e cantieri (1967-2010)” (Marconi, 2012).
Figura 8: Trabajos de recuperación en una calle colonial de La Guaira (LAV/JML, 2022)
Estas consideraciones se ponen sobre el tapete, en el mismo caso venezolano, ante situaciones como las colosales consecuencias destructivas causadas por el deslave del cerro El Ávila, hacia el centro Histórico de La Guaira y otras localidades vecinas, a raíz de un inusitado proceso de lluvias masivas acaecido en diciembre de 1999, que paradójicamente se había inscrito en la Lista Indicativa de Unesco, a mediados de ese mismo año (Figuras 7 y 8), o más recientemente, las consecuencias del colapso de un tramo del Corredor peatonal Número 5 de la Ciudad Universitaria de Caracas, inscrita en la Lista del Patrimonio Mundial de la Unesco en el año 2000 (Figuras 9 y 10). En este caso por “la confluencia de varios agentes (…) Desde agentes atmosféricos como fuertes vientos, lluvias continuadas, cambios de temperatura y humedad, hasta movimientos sísmicos, condiciones del terreno, alta permeabilidad del concreto, corrosión del acero de la estructura, factores de carga, entre otros” (Vásquez, 2020), que en conjunto pudieron agravarse por la saturación de aguas sobre la cubierta ondulada que lo caracteriza. Ambos casos nos llevan a pensar en la resiliencia y como consecuencia de ello, la necesidad de restituir los faltantes, considerando criterios que se ajusten a lo conservativo y a la garantía de preservar los argumentos y valores por los cuales se decidió su protección.
Figura 9: El tramo de corredor colapsado desde la torre (Ileana Vásquez, 2020)
Figura 10: Detalle de los tramos del corredor colapsado (Luis Bergolla, 2020)
En el caso de La Guaira, si
bien desde su inserción en la Lista Indicativa, debido al catastrófico
percance, no se formalizó la redacción del expediente para su inscripción en la
Lista del Patrimonio Mundial, se consideró que su adscripción satisfacía los
criterios II, III, IV y V, establecidos en las “Directrices Prácticas para la
aplicación de la Convención del Patrimonio Mundial” (Unesco, 2019). En el caso
de la Ciudad Universitaria, su inscripción en la Lista se fundamentó en los criterios
I y IV de las mismas “Directrices Prácticas” (Unesco, 2019). De estos, el I se asocia
con ”representar una obra producto del Genio Creador Humano” y el IV, que
también es considerado entre los criterios de La Guaira, “constituir un ejemplo
eminentemente representativo de un tipo de construcción o de conjunto
arquitectónico o tecnológico, o de paisaje que ilustre uno o varios periodos
significativos de la historia humana” (Unesco,
2019).
Por ello, en ambos casos es
cardinal considerar como parte de los valores, las formas, los tipos y los
sistemas constructivos empleados; en La Guaira, sistemas tradicionales de
tierra y cubiertas de madera; en la Ciudad Universitaria de Caracas, sistemas
modernos de concreto armado. Las técnicas constructivas se han considerado como
parte del patrimonio cultural intangible, por lo que preservar las técnicas
originales y los tipos edificados empleados en ambos casos es fundamental.
En el caso de La Guaira, se
han efectuado algunas intervenciones restaurativas y reconstructivas durante
estas décadas, para resarcir los daños, pero aún quedan muchas edificaciones
por rescatar y readecuar, en particular aquellas donde se produjeron faltantes
considerables, si no totales.
En el caso del corredor
colapsado, cuyo siniestro dio lugar al faltante de dos módulos estructurales,
este tiene valores estéticos e históricos incuestionables, pero también
conlleva valores simbólicos asociados con la escultórica imagen ondulada y
plástica dotada al concreto armado para resolver el cobertizo, que además tiene
continuidad en los tramos sucesivos, siguiendo la misma traza y silueta del
segmento colapsado. Este bien edificado, constituye una pieza coral dentro del
conjunto del sistema de corredores cubiertos de la Ciudad Universitaria de
Caracas, habiendo servido como escenario a innumerables episodios archivados en
el imaginario y en la memoria individual y colectiva de los usuarios y actores
de los espacios de la Ciudad Universitaria de Caracas, durante varias
generaciones, además de actuar como marco edificado oriental, del vasto espacio
ajardinado de la llamada “Tierra de Nadie”.
Todos estos considerandos,
tanto en un caso como otro, deben ser revisados para la toma de decisiones para
su intervención conservativa, como parte de la complejidad de factores a
examinar dentro del escenario contemporáneo de la Conservación, partiendo de
los preceptos establecidos en la “Carta de Venecia”, pero atendiendo también a
las solicitudes que los paradigmas contemporáneos impuestos por los valores
intangibles asociados al patrimonio tangible, y en especial los simbólicos y
los coligados con las técnicas constructivas implementadas en cada caso,
demandan en el escenario actual. Estos
meses, contados a partir del 18 de abril de 2024 deben ser dedicados por tanto,
a la reflexión de estos aspectos y más en el momento presente donde se están
dando iniciativas conservativas y restaurativas en ambos casos, que a la larga
nos comprometen con una actitud resiliente ante la dolorosa pérdida de bienes
edificados o partes de ellos, de los cuales se tienen suficientes datos
documentales como para actuar en pro de restaurar, según el caso o, reintegrar
y/o reconstruir los faltantes en otros, y no incurrir en diseños de nueva
planta descontextualizados en los conjuntos donde se insertan.
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