Cada año, con motivo del Día Internacional de los Monumentos y Sitios, ICOMOS propone un tema para las celebraciones y actividades organizadas por sus comités, miembros y socios. Este año, 2021 será dedicado al tema “Pasados complejos, Futuros diversos”. El lema representa una oportunidad para resaltar la complejidad, diversidad y contradicciones que han acompasado la preservación del patrimonio cultural venezolano desde tiempos remotos.
La diversidad del patrimonio cultural
venezolano es una realidad, pese a que la valoración que se ha ejercido sobre
este, se ha inclinado a través del tiempo a determinado tipo de bienes, dejando
al margen muchos otros por categorías, periodos, usuarios. La operatividad
práctica de beneficiar a unos bienes por encima de otros, por intereses
institucionales, políticos, ideológicos, económicos y socioculturales es algo
que estuvo presente desde los primeros reconocimientos practicados sobre el
patrimonio venezolano.
El primer rango por valorar es el correspondiente
al patrimonio prehispánico, que conforma el patrimonio originario, en
sentido étnico, geográfico y cronológico. En el caso venezolano es un
patrimonio fundamentalmente inmaterial, aunque tiene numerosas manifestaciones
materiales, si bien no de carácter unitario. En el asunto arquitectónico es un
patrimonio que lucha por sobrevivir, ante las grandes amenazas impuestas por la
transculturación y adaptación de las culturas a la dinámica y prácticas de vida
contemporáneas. La riqueza tipológica que poseemos en su mayor parte se encuentra ubicada en
paisajes alejados del hábitat cotidiano, donde residen las distintas culturas,
por lo que el reconocimiento y empatía hacia ese patrimonio edificado como algo propio y cercano se
dificulta. Es visto como algo exótico, pero distante, a pesar de los múltiples valores que posee.
Los grupos indígenas aportaron sistemas constructivos y patrones tipológicos según la ubicación y el paisaje natural del territorio nacional hacia donde se desplazaron y/o asentaron, lo cual constituye uno de sus mayores valores, en tanto conllevan grandes lecciones de sustentabilidad y empatía con el entorno donde se asentaron. Seguidamente se muestran algunos ejemplos.
Uno de los tipos más reconocidos por su singular perfil y naturaleza constructiva son las "Churuatas" que se presenta en diversas variantes tipológicas y constructivas. En la imagen se puede apreciar la Churuata Piaroa, de planta circular y cubierta de palma desde su remate terminal hasta el suelo; esta vivienda colectiva es muy reconocida por los estudiosos de la arquitectura vernácula de las etnias aborígenes. Se ubica al sur del país, en el estado Amazonas (Figura 1).
Otro tipo es el "Shabono" de la etnia Yanomami;
es una vivienda colectiva, cuya construcción se da por segmentos, conformando
una traza ovalada u oblonga, en torno a un gran espacio interno, que deviene en
centro de la vida de la comunidad; también se encuentran al sur del país, en
los estados Bolívar y Amazonas (Figura 2).
Caso interesante es el constituido por el "Palafito", tipo de las viviendas que se concentran en dos
zonas distantes de Venezuela. Un núcleo se emplaza en la zona noroccidental del país, en el
estado Zulia, de la cual son muy conocidos los conjuntos sobre la Laguna de
Sinamaica de los Añú-Paraujanos; estas viviendas son espacios cerrados con
cubiertas a dos aguas y pequeñas plataformas de comunicación. (Figura 3).
El otro núcleo es el formado por los palafitos
de la etnia Warao, en el Oriente del país, principalmente en el Estado Delta
Amacuro. Estos palafitos son abiertos, conformados por una plataforma, la
estructura de soporte y el techo. Cuentan además con pasarelas de comunicación
entre ellos y escaleras para acceder desde sus curiaras (Figura 4).
Caso aparte es la valoración del patrimonio del periodo colonial. Dentro de este se privilegió primeramente a los bienes eclesiásticos, incluyendo todas las iglesias levantadas en territorio nacional hasta 1830, fecha límite del periodo colonial; con ellas a los inmuebles militares; fortalezas, baterías, cárceles y cuarteles, así como a los bienes asociados con los episodios de la gesta independentista. Entre otros, los lugares de las batallas, las casas natales de los héroes, como la de Bolívar o, los inmuebles que sirvieron de escenario a los sucesos; toma o resistencia de ciudades como el conjunto del Ingenio Bolívar en San Mateo y la inmolación de Ricaurte, fusilamientos como el de Piar en Ciudad Bolívar o, la firma de tratados o armisticios como la Casa de la Capitulación en Maracaibo, también conocida como la Casa de Morales (Figura 5).
Sin duda la terna de categorías referida tiene valor, pero dentro de este quedaron al margen del periodo colonial, la mayor parte del patrimonio edilicio civil y doméstico, con la consecuente demolición de viviendas, hospitales, escuelas, entre otras, edificaciones que al igual que las iglesias y fortificaciones formaron parte de las ciudades, integrando precisamente el tejido histórico y la imagen de la ciudad. La destrucción fue dramática, en particular en las grandes capitales de los estados. Además de Caracas, Valencia, Maracaibo, Cumaná o Mérida; ciudades en las que desaparecieron manzanas enteras en pro de la modernización, no siempre para levantar nuevas edificaciones de calidad, que, aunque no justifica la destrucción, al menos hubiese podido dar lugar a la formación de otros bienes de valor en las fases sucesivas (Figuras 6 y 7).
Entre las ciudades mencionadas, se presentan gráficas de dos casos; Caracas y Maracaibo como polos diferentes de implantación, una en un valle, en el centro norte del país y la segunda, en el occidente frente al Lago de Maracaibo. Dos ejemplos de ciudades que revelan como en unas más, otras menos, se eliminaron edificaciones civiles residenciales y de servicios o religiosas como conventos, sin pensar en absoluto que conformaban parte de esos núcleos urbanos.
Figura 7 :
Maracaibo desde el Lago. Fuente: Neun, E. (1877-1878).
Por su parte, el patrimonio del llamado periodo republicano, por demás diverso en lo temático y en lo lingüístico, es un legado amplio ya que deriva de todos los procesos de crecimiento de las ciudades, con todas sus virtudes y debilidades. Es el patrimonio del Historicismo y del Eclecticismo, del Neo-hispánico, incluso del Art Decó, de todos los “revival”, que en muchos casos se posesionaron sobre el patrimonio del periodo hispánico preexistente mutándolo, transformándolo y disfrazándolo, a través del repertorio de los lenguajes estilísticos. Aunque es sin duda un patrimonio valioso, para algunas figuras también representa la destrucción de aquella preexistencia y el inicio de la pérdida del patrimonio edificado venezolano.
Las acciones que Guzmán Blanco perpetró sobre las ciudades, principalmente Caracas y Valencia fueron víctima de ellas. La desaparición de iglesias y conventos, entre otros inmuebles, en pro de levantar el Palacio Federal Legislativo (Figura 8), sobre el anterior Convento de las Concepcionistas; el Ministerio de Fomento (Figura 9), en el Convento de Las Carmelitas; el Teatro Guzmán Blanco, sobre el templo y Hospital de San Pablo, el Mercado Principal, sobre el Convento de San Jacinto o el Acueducto de Macarao y su depósito de agua, sobre la ermita de El Calvario, representan algunos ejemplos. Es otra mirada que podemos dar a ese patrimonio, que sin duda lo es, pero a costa de la pérdida de otro, que no solo no se valoró; creemos que se despreció porque representaba simbólicamente la huella del imperio español al que habíamos pertenecido, visto además a finales del siglo XIX como un legado atrasado, anacrónico, casi despreciable por los gobernantes de turno que querían parecerse a otros países, ya que el nuevo referente de progreso yacía en Francia o en la Inglaterra industrial.
Igual va a suceder con el patrimonio moderno, uno de los más ricos cuantitativa y cualitativamente para Venezuela, ya que devino en la expresión material del tránsito de la economía agraria a la petrolera, a costa de la continuidad del proceso de destrucción de la preexistencia, hispánica y republicana, además en muchos casos, del patrimonio natural que conformaba los hábitats nativos en pro de extender hacia la periferia los centros poblados, transformando montañas, llanuras, fuentes hídricas, no siempre de manera armónica. A pesar de ello se gestó un patrimonio muy importante, relevante, al grado de haber alcanzado una de sus principales manifestaciones, la Ciudad Universitaria de Caracas (1942-1961), la distinción de ser incluida en la Lista de Patrimonio Mundial de UNESCO en el año 2000.
En este caso, luego de haber considerado dos
opciones, se decidió expropiar la Hacienda Ibarra, ubicada en la periferia
oriental de la ciudad, para construir una nueva sede para la Universidad. El
día 2 de enero de 1943 se decreta su construcción. Entre tantas haciendas de la
ciudad de Caracas, la Hacienda Ibarra tenía un recorrido histórico relevante de
la gesta independentista, además de sus vínculos con la producción de caña y el
Ron Ibarra (Figura 10). De ella se conserva la casa del capataz y el torreón
del trapiche, estructuras que conviven con el patrimonio moderno que conforma el conjunto de la Ciudad
Universitaria de Caracas, tercera y actual sede de la Universidad Central de Venezuela (Figura
11).
No obstante, hay muchos otros bienes y no solo en
Caracas, con tantos valores relevantes, dignísimos exponentes de los postulados
y quehacer de la arquitectura moderna y de las influencias de las vanguardias
artísticas internacionales. Obras como la reurbanización El Silencio
(1939-1945), la serie de las Escuelas Repúblicas (1939-1945), diseminadas en
las principales capitales de la república, el Centro Simón Bolívar (1948-1954),
el conjunto paisajístico integrado por el cerro El Ávila, el Teleférico de
Caracas-La Guaira y el Hotel Humboldt (1956) (Figura 12), entre otros muchos
hoteles que integraron el plan de hotelería nacional a lo largo del territorio
nacional, promovidos por la Corporación Nacional de Hotelería y Turismo -
CONAHOTU (1953-1956), el conjunto de la Urbanización 2 de Diciembre, luego renombrada 23 de enero (1955-1957), o el Parque del
Este (1961), representan ejemplos notables de las contribuciones de la arquitectura
moderna en la construcción de las ciudades del país.
Sin embargo, como parte del proceso modernizador, el ensanche de vías para dar accesibilidad al vehículo automotor propició la destrucción del patrimonio edilicio de los periodos precedentes con graves afectaciones a los centros históricos. En Caracas el mejor ejemplo se tiene en la apertura del eje de la avenida Bolívar concatenado con la incorporación de nuevos edificios gubernamentales en el Centro Simón Bolívar. Estas acciones fundamentadas en el Plan Metropolitano de 1938-1939, conocido como el Plan Rotival, promovió a la manera de los "Grands Travaux" de París del Barón Haussmann, la demolición de una línea de manzanas del tejido fundacional en sentido este oeste, y de edificios completos como el Hotel Majestic (Figura 13) o la mutilación parcial de otros como el Teatro Municipal (Figuras 14 y 15).
El proceso de ensanche se extendió a otras vías paralelas y perpendiculares del tejido colonial para dar apertura a las avenidas Urdaneta y Lecuna en sentido este-oeste, o a las Fuerzas Armas y Baralt en sentido norte-sur. Estas, siguiendo la misma pauta también obligaron a la demolición de importantes edificaciones de arquitectura doméstica del periodo colonial, como fueron las casas de Don Juan de Vegas y Bertodano y de Don Felipe Llaguno y a la mutilación de las iglesias Santa Capilla, en el caso de la avenida Urdaneta, y del Sagrado Corazón de Jesús, en el caso de la avenida Fuerzas Armadas; todos estos, nuevos ejes viales establecidos dentro del plan.
En el interior del país un ejemplo destacado de estos procesos se tiene en la ciudad de Maracaibo. Uno de los eventos que la impactó negativamente fue el fallido plan de desarrollo urbano de 1970, que promovió la demolición de varias manzanas del sector de El Saladillo (Figura 16), dejando como legado un espacio recreativo donde se colocaron obras de arte de reconocidos artistas; a costa de la destrucción de innumerables viviendas tradicionales, de las cuales quedó una pequeña muestra en la calle Carabobo. Posteriormente el espacio se extendió a lo largo de su eje para dar paso al Paseo Ciencias, un monumental boulevard peatonal que procuraba interconectar el centro de la ciudad con la Basílica de la Virgen de la Chiquinquirá, espacio que sería intervenido de nuevo en años recientes, con el fin de agregar en su otro extremo un recinto en forma de hemiciclo para homenajear a la Virgen de La Chiquinquirá. Es un ejemplo de la permanente mutación del espacio público, que ha solido acompañar la evolución de nuestras ciudades (Figura 17).
Además de las obras notables y monumentales de arquitectura moderna, que por su carácter simbólico y magnitud tienden a ser reconocidas y en tanto más fácilmente valoradas, se entremezcla en el patrimonio de este periodo el tema residencial, tanto de escala unifamiliar como multifamiliar. Este cuantioso legado constituye la esencia clave del patrimonio moderno ya que son las piezas de construcción de la ciudad, formada a partir de numerosas urbanizaciones periféricas que dieron forma a los ensanches de todas las ciudades del país, explorando diversos tipos edilicios y patrones urbanísticos. Constituye sin duda el contingente del patrimonio moderno más amenazado, al igual que sucedió con el conjunto de obras civiles y domésticas de los periodos precedentes. En este caso, por la presión económica que ejerce el valor del suelo y de las necesidades operativas de adaptación a nuevos usos de las viviendas y demás edificaciones, luego de abandonadas por sus poblaciones originarias. Estas, debido a la falta de conciencia y aprecio por los valores que dicho patrimonio edificado representa se desplazan a otros sitios, promoviendo el fenómeno de la gentrificación. En esas casas y edificios se pusieron en práctica los postulados de la vivienda moderna, conjugados con los lenguajes de las vanguardias como el neoplasticismo, el futurismo o el expresionismo, de los cuales tenemos muestras notables en varias ciudades del país.
Y para no excluir a los tiempos recientes,
desde la década de 1970 en adelante, cuando la hegemonía del petróleo forjó de
Venezuela la ilusión de que la bonanza sería eterna, se levantaron importantes
obras concebidas tanto por la iniciativa privada como por las diversas
gestiones de la democracia, contribuyendo a enriquecer el patrimonio urbano y
edilicio de las ciudades, a veces nuevamente a costa del sacrificio de obras
construidas en los periodos precedentes.
Emblemáticas en esta dirección fueron los fastuosas obras del conjunto urbano del Parque Central de Caracas (1970-1983), que se posó sobre el tejido y pequeñas villas de la antigua urbanización El Conde y la notable obra del Metro de Caracas (1976-1983), innegable signo de la Caracas contemporánea, avanzado, higienista, progresista, que sin embargo y a pesar de su contraparte recalificadora del espacio público de la ciudad, al perpetrar espacios peatonales como el Boulevard de Sabana Grande, el Boulevard de Catia y la Plaza de La Hoyada (Figura 18), además de la revitalización de los entornos de las preexistentes Plazas Carabobo, Venezuela o Altamira, entre otras, también significó el sacrificio de muchas edificaciones a su paso, generando no pocas veces conflictos y polémicas como reacción de las comunidades habitantes de tales entornos.
Otro ejemplo ilustrativo lo representan las obras del Foro Libertador (1981-1983), constituido por la Biblioteca Nacional, la Corte Suprema de Justicia y la avenida Panteón (Figuras 19 y 20) para cuya construcción se demolieron numerosas manzanas del tejido urbano tradicional de las parroquias Altagracia y San José. No obstante, a pesar de estas contradicciones, el periodo, nos legó importantes obras de ingeniería y arquitectura, con repercusión dentro del panorama internacional. La Represa del Guri (1963-1976), en el estado Bolívar o el Complejo del Teatro Teresa Carreño (1973-1983), en Caracas son solo algunas de ellas.
Conclusiones
El corolario de este recuento es exaltar que la diversidad representa una de las características y fortalezas más evidentes del patrimonio cultural de Venezuela, rasgo que no es solo producto de los aportes recientes, sino de la trayectoria histórica que el enclave geográfico que ocupa Venezuela experimentó desde tiempos ancestrales. La superposición de culturas, aunada a la escasa valoración y respeto por las preexistencias ha predominado durante todos los periodos, fomentando un proceso permanente de reinvención y refundación, anulando lo precedente.
En el periodo prehispánico fue lugar de
acogida a varias etnias, unas errantes, otras sedentarias, con raíces
lingüísticas y culturales diferentes, que se fueron diseminando y adecuando a
los distintos contextos geográficos, en muchos casos con enfrentamientos entre grupos y en la actualidad dispersas, unos segregados y otros entremezcladas con el resto de la población.
Durante el periodo colonial, fuimos primero, entre 1528 y 1556, una concesión territorial otorgada en calidad de pago al grupo de los banqueros alemanes Welsares. Luego fuimos provincias itinerantes dependientes, adscritas unas a la Real Audiencia de Santo Domingo, dependiente del Virreinato de la Nueva España y otras a la Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá, dependiente del Virreinato del Perú, hasta su elevación a Virreinato de Nueva Granada. No fue sino hasta 1777, cuando en tiempos de Carlos III, bajo el periodo borbónico, se fraguó geopolíticamente la unidad en el proyecto de la Capitanía General de Venezuela, integrando el territorio que poco más o menos representa en la actualidad el estado venezolano, con las pérdidas de los territorios insulares de Trinidad y Aruba, que hasta el siglo XVIII formaron parte de dicha unidad. Durante este periodo la fusión de los grupos americanos nativos con los europeos y más tarde con los procedentes de África configuraron el germen de la diversidad étnico cultural que caracteriza a Venezuela.
Durante el largo periodo republicano,
Venezuela también fue receptora de nuevas oleadas migratorias de distintas
partes de Europa y América. Francia, Inglaterra, Alemania o los Estados Unidos
reemplazaron el foco cultural que durante el periodo colonial había
representado España. Paulatinamente se fueron sumando otros contingentes, que
motivados por procesos bélicos o en la búsqueda de nuevas perspectivas de vida
se integraron y mezclaron, enriqueciendo el proceso de mestizaje e hibridación
cultural que se extiende hasta el presente. En el periodo de entreguerras
llegaron corsos, italianos, portugueses, holandeses, árabes, chinos,
configurando una sociedad compleja y diversa, pero también tolerante y
receptiva a tantas contribuciones culturales.
Este 18 de abril de 2021, Día Internacional de
los Monumentos y Sitios, en un momento por demás complejo, lleno de
incertidumbres y desafíos para todo el escenario global, sirva la fecha para la
reflexión y hacer honor a la complejidad y diversidad que caracteriza a
Venezuela, su gente y en consecuencia a su patrimonio cultural, un reto por
preservar y conservar.
Textos: María Carlota Ibáñez y Francisco Pérez Gallego